La autoridad hay que ganársela, de Antonio Pérez Gallego
La autoridad hay que ganársela
de Antonio Pérez Gallego
No hace falta ser un agudo observador para darse cuenta de las veces que los niños, desde una edad muy temprana, preguntan insistentemente sobre aquello que no entienden o que suscita su curiosidad, y la cantidad de ocasiones en que los mayores eluden una respuesta a la altura de su comprensión zanjando el asunto con una evasiva, respondiendo con vocablos que ignoran o dejando para más tarde (o para nunca) los temas “más delicados”. Los niños, por ser niños no son estúpidos, y dependiendo de cómo seamos capaces de cubrir sus expectativas volverán a preguntar o terminarán por callar y hasta averiguar por su cuenta lo que quieren, a veces de los demás niños más avezados y de un modo que probablemente no sea la mejor respuesta o, como mínimo, adolezca del planteamiento sereno y formativo que a sus tutores cabe suponer.
Educar no es fácil – como no lo es informar o transmitir una idea de modo imparcial, sin sesgos – y la responsabilidad que se asume es mayor cuando se trata de una mente que se está moldeando. Sabemos de la repercusión que tendrá en el futuro lo que se aprende en los primeros años, máxime si la sabiduría proviene de aquellos a quienes se quiere y admira. Es por ello que imperativos como “porque sí” o “porque lo digo yo” no ayudan, precisamente, al desarrollo del menor ni a fomentar el interés por la cultura o el estudio (a eso unimos el hecho de apaciguar sus travesuras domesticándoles con una televisión que no se apaga en todo el día hablando de los devaneos de la Belén de Ubrique)